El bosque me da todo lo que necesito
octubre 4, 2018
Desde 2012, Conservación Internacional Perú ha estado trabajando con el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNANP) para prevenir la deforestación del bosque protegido Alto Mayo (Región San Martín). Se han firmado acuerdos de conservación con las familias que viven dentro del área protegida para garantizar que no reduzcan el bosque a cambio de asesoramiento técnico y comercial. Se les enseña cómo implementar buenas prácticas y acciones de conservación que contribuya a su bienestar, así como al del bosque. Desde entonces se han firmado más de 1000 acuerdos de conservación, y si bien los resultados de hecho han reducido la tasa de deforestación, su impacto ha trascendido y cambiado la vida y visión de desarrollo de estas familias.
Abdías Vásquez , suscriptor de El Afluente, nos cuenta cómo los acuerdos ha transformado sus vidas.
© Renato Ghilardi
He vivido en El Afluente* durante 14 años. Antes de eso, vivía en Cajamarca, en las montañas, donde llovía muy poco y era muy difícil encontrar agua y leña. Mi madre tenía que caminar kilómetros para buscarla. Suponía un gran sacrificio, así que decidí mudarme a la selva. Con mucho trabajo logré comprar un pedazo de tierra y traer a mi familia. Cultivé café y lo coseché un año después, pero luego una plaga lo destruyó por completo. Lo había plantado de la manera en que lo hacemos en la sierra y no me di cuenta de que aquí las cosas eran distintas.
Alrededor del 2004, las autoridades de las áreas protegidas nos visitaron y condujeron talleres de capacitación sobre el bosque y las áreas protegidas. Estaba prohibido extraer madera, pero a cambio de no hacerlo, no ofrecieron ninguna alternativa. La gente no creía en el discurso de la conservación. De hecho, pensamos que lo que realmente pretendían era tomar nuestras tierras. Más tarde me convertí en presidente sectorial de la ronda campesina **, administrando 14 caseríos. Tuvimos un primer acercamiento con SERNANP, y les dijimos que entendíamos que la tala estaba prohibida, pero que necesitábamos apoyo o algún tipo de asistencia técnica para nuestras chacras a cambio.
Muchos estuvieron de acuerdo con esto. Les hice entender que si veníamos de tan lejos en busca de agua y recursos, teníamos que asegurarnos de protegerlos. Fue en ese momento que comenzamos a escuchar acerca de los acuerdos de conservación. Wow, era lo que habíamos estado esperando.
El primer paquete de beneficios fue la entrega de fertilizantes. Empecé a usarlo y vi que funcionaban. Nos dieron capacitación sobre cómo plantar, cómo hacer plantones y cómo cuidar nuestros cultivos. Han pasado tres años desde que firmé y ahora tengo mi secadora de café, un baño ecológico en mi chacra y un tanque-tina donde selecciono mi café. También tengo agua instalada que capté de la quebrada de un bosquecito.
Pero algunos amigos comenzaron a marginalizame. Muchos todavía no simpatizaban con la visión de SERNANP, y no entendían por qué era importante dejar de talar los árboles del bosque. Seguían sospechando de las autoridades, y aunque he recibido algunas amenazas para abandonar los acuerdos de conservación, sé que no estoy haciendo nada malo, sino todo lo contrario.
Por mi parte, noto un cambio. Mi relación con la naturaleza es buena, me siento muy feliz y tranquilo aquí. Estoy muy agradecido porque los ingenieros trabajan mano a mano con nosotros. Aprendí cómo atraer a los colibríes y cuando me siento a descansar aquí, veo mis pájaros y me quedo un buen rato mirándolos, sintiéndome feliz. Me acostumbro más a estar aquí que en el pueblo, pero como mis hijos tienen que ir a la escuela, se quedan allí con mi esposa. Vivo aquí lejos de todo y cuando vienen a verme, comparto con ellos lo que aprendo. También traen a sus amigos: “Mi papá vive en un paraíso en la orilla del río, plantando sus flores, rodeado de sus mariposas”, dicen.
Actualmente, estoy cultivando vainilla como parte de los acuerdos, además del café. Se vende a buen precio. Es una planta que siempre hemos maltratado porque desconocíamos sus usos, al igual que la pitahaya, que además de venderse a un buen precio, tiene propiedades curativas. Por falta de conocimiento no comíamos la fruta, incluso la consideramos mala hierba. Algunos incluso lo quemaban.
Dedico mi vida a los recursos naturales. Nadie me ha convencido ni me ha forzado, estoy en esto porque viví la escasez cuando vivía en la sierra y sé muy bien qué es quedarte sin recursos por no cuidarlos. Hoy, para construir mi casa o mi secadora de café, busco madera caída; incluso manejamos el consumo de leña con las cocinas mejoradas.
Mi visión de este lugar es que se convierte en una atracción turística.
Creé un sendero que ahora está cubierto de árboles por donde ahora es fresco caminar; también estoy construyendo una escalinata hacia el río donde hay una playa muy bonita. Ya tenemos un relleno sanitario y un inodoro ecológico, aunque todavía tenemos que ordenar un poco las cosas. He hablado con las Autoridades del Parque y CI, y les dije que luego de cuatro años en los Acuerdos de Conservación, espero tener este lugar listo para el ecoturismo. Ese es el sueño que comenzó hace años, cuando fui invitado a participar en una pasantía en turismo en la Reserva Ecológica de Chaparrí ***, en los bosques secos de Lambayeque. Ese hermoso lugar se quedó conmigo y me dije que algún día tendría un área apropiada para el ecoturismo. Ese sueño está cerca de convertirse en realidad.