El cacao: de la deforestación al camino del paisaje sostenible
diciembre 22, 2016
Por Percy Summers
Al comienzo todo era violencia, caos y deforestación.
Como en muchas otras localidades de la Amazonía Peruana, con la carretera llegan los migrantes en busca de oportunidades y con ellos –sumado a la poca planificación desde el Estado- llegan cambios; sobre todo la deforestación y quema del bosque para dar paso a cultivos agrícolas y pasto. Después de tumbar y quemar el monte, la tierra se vuelve altamente productiva. Los nutrientes almacenados en la abundante vegetación Amazónica se libera a los suelos y permiten a los cultivos de café, plátano, maíz y otros, crecer y producir abundantes frutos. Sin embargo, luego de 4 o 5 años esta productividad comienza a bajar y a los 6 o 7 años, si el productor no fertiliza el suelo, (que es la práctica convencional en la selva), los cultivos reducen su producción al mínimo y comienzan a ser más susceptibles a plagas y enfermedades. El agricultor comienza a buscar un nuevo monte para poder substituir el área que ya no produce y así entra en un ciclo vicioso de tumba y quema, migración y ocupación de un nuevo espacio; un ciclo que definitivamente no es sostenible. Al final de unas décadas, queda un paisaje fragmentado donde solo sobreviven parches de bosques en un mar de cultivos con poco rendimiento. La población rural también comienza a ser cada vez menor debido a que, así como llegaron a esta nueva área, los productores comienzan a migrar a nuevas áreas en busca de nuevos bosques que puedan alimentar sus cultivos. Pero esto no tiene que ser siempre así. Felizmente hay otro camino hacia un desarrollo más sostenible.
El caso de Felipe Fernández Irigoyen
En medio del caos y la violencia que arrasó a San Martín a comienzos de los ochenta, el cacao fue promovido como un cultivo alternativo a la coca. Felipe aprendió sobre las bondades del cacao cuando aún vivía en Bellavista, en el sur de San Martín. Como lo había hecho muchas veces, con algo de dinero que había conseguido ahorrar, migró nuevamente, esta vez hacia el Alto Mayo en 1980 y compró un terreno cerca al pequeño poblado de Ramírez. Cacao era lo que había aprendido y lo que le gustaba, así que tuvo suerte al encontrar un terreno con algo de cacao criollo. Con una producción promedio de 2 a 3 quintales por hectárea y sin un adecuado manejo del suelo (fertilización), ni de las plantas (podas), ni del secado de las semillas, el cacao le permitía a Felipe y a su familia sobrevivir, más no prosperar. Además, cada año requería cortar en promedio un tercio de hectárea más (0.3 ha) para poder reemplazar las áreas que bajaban su producción. El cacao, como muchos de los cultivos en la selva, sin un adecuado manejo es un motor de la deforestación.
A este contexto debemos también agregar la dinámica del mercado del cacao a nivel global. Productores como Felipe están viendo un aumento relativo a lo largo del tiempo de la demanda por cacao de aroma, lo que se traduce en mejores precios. Sin embargo, ese mercado también está cambiando. Los consumidores de chocolate a nivel global están consumiendo cada vez más un cacao de alta calidad y desean conocer su origen. La demanda se inclina cada vez más por chocolates oscuros, o con mayor proporción de cacao. El crecimiento constante de la población mundial, de su capacidad adquisitiva, de los mercados de consumo y del interés por productos de cacao diferenciados o especiales, sugiere que la demanda por este producto va a seguir en aumento y con esto, su potencial impacto sobre la deforestación.
Una mágica transformación
La demanda por un cacao fino de aroma también se puede interpretar como una oportunidad. Si la degradación del suelo es la principal razón por la cual el productor debe abrir nuevas áreas a expensas del bosque nativo, ¿qué sucedería si esos suelos se manejan adecuadamente para no perder su fertilidad? Eso permitiría no solo reducir la necesidad de tumbar nuevo monte, sino también cumplir con las necesidades de desarrollo de la familia cerca a la chacra y evitar la necesidad de migrar. Además, el cacao requiere sombra o árboles que puedan cobijarlo. Esto es justamente lo que Felipe viene haciendo en colaboración con sus tres hijos: Mauro, Teófilo y Damián.
En palabras de Felipe, que este año cumplió 80 años, "El cacao es un trabajo suave para mí. Con el cacao mejora mi sistema de vivir. En mi juventud trabajé en zona cafetera y zona cacaotera y más me gusta el cacao pues. Gracias a Dios pude conseguir un terreno donde da cacao".Desde el 2014, en el marco del proyecto SLP Miradas Sostenibles por un Futuro Mejor de CI y con el apoyo de la Asociación Contigo Agrandado el Círculo – ACAC/ProAsocio, los Fernández manejan su chacra preparando su propio compostaje orgánico y bioles (fertilizantes líquidos) bajo el asesoramiento de los técnicos. Hoy ellos son ejemplo de cómo manejar sus suelos, podar el cacao y secarlo de manera que se obtiene la mejor calidad posible. Ellos también han ido un paso más allá y han construido su propio módulo de fermentación y secador solar; lo que les permite mejorar la calidad y escoger los mejores granos. En época de cosecha, compradores llegan desde lejos en busca de este cacao porque saben que aquí están encontrando la calidad que los nuevos mercados exigen.
Los Fernández han dado el paso hacia la sostenibilidad gracias a su ímpetu por mejorar y las oportunidades que CI y ACAC les han brindado: servicios que el productor requiere para mejorar su productividad y la calidad de su producción, así como las capacidades para gestionar la chacra como un negocio sostenible: asesoría técnica constante, capacitaciones, compras de insumos y equipos a través de un fondo rotatorio, gestión de crédito, y articulación al mercado. Además, se han creado las bases para la sostenibilidad de estos servicios luego de que termine el proyecto, a través de la creación de una organización de productores sana y democrática: la Cooperativa Agraria de Servicios "Diamante Verde Perú" (CODIVER). Gracias a la implementación de buenas prácticas, Felipe Fernández, como muchos de los otros 600 productores afiliados al proyecto, están incrementando los rendimientos y la calidad de sus cosechas, lo que genera mayores ingresos sin necesidad de abrir nuevas áreas de bosque. Sin embargo, aún hay mucho trabajo por delante; más del 70% de los productores en la Amazonía no reciben ni la asesoría técnica adecuada para mejorar sus prácticas ni están asociados en cooperativas que les permita acceder a mercados especiales.
Al caminar por su chacra, Felipe y sus hijos nos dan una cátedra sobre las bondades del cacao. Bajo la sombra de árboles nativos plantados por ellos mismos, con el tiempo el cultivo del cacao tiene la capacidad de asimilarse cada véz mas al bosque nativo, protegiendo la fertilidad del suelo y recuperando la biodiversidad. Además, cómo ahora han pasado de producir de 2 a 3 quintales a 18 quintales en promedio por hectárea, ha aumentado su capacidad de ahorro y han mejorado los ingresos de todos en la familia. Mauro, uno de los hijos de Felipe acota "ahora el trabajo es 20% más pero el ingreso es 80% mayor". Felipe nos cuenta con orgullo que él también es promotor de salud. Que mantiene también hectáreas de bosque natural. Poco a poco vamos descubriendo que en la simplicidad y el trabajo en familia está el secreto del éxito de los Fernández.
Mientras nos alejamos de su chacra vemos como el cacao, cuando está bien manejado es compatible con el bosque, y como su densa cobertura protege el suelo. Poco a poco comprendemos la mágica transformación de Felipe y apreciamos la simplicidad de su vida y las bondades que el cacao ha traído a su familia y al bosque. Comenzamos a entender que el secreto para poder vencer a la deforestación está en las manos de los productores, quienes necesitan tener las herramientas y oportunidades para que, como Felipe, puedan manejar sus cultivos para que se asemejen cada vez más al bosque, y así proteger los suelos, la biodiversidad y la calidad de la vida de ellos mismos.